El 24 de mayo el Campus Luisi Janicki: pioneras universitarias contó con la presencia de la profesora Bruna Mendes, quien llevó adelante el “Taller PANA: Reflexión sobre apuestas metodológicas feministas en la extensión”, una iniciativa que invita a debatir y reflexionar sobre el uso de las tecnologías y otras formas de construcción desde una perspectiva feminista, en base a las herramientas utilizadas por las mujeres de los movimientos populares de Brasil.
Bruna Mendes es ingeniera y profesora de la Universidad Federal del ABC (UF-ABC), la principal institución educativa del Área Metropolitana de San Pablo, e integra la coordinación del Núcleo de Estudios de Género Esperança García y del Núcleo de Estudios de Agroecología, de dicha universidad.
Desde 2020 forma parte del Comité Académico de Procesos Cooperativos y Asociativos (PROCOAS) de la Asociación de Universidades del Grupo Montevideo (AUGM) como representante de su universidad y fue a través de esos intercambios que entró en contacto con temáticas asociadas a la economía solidaria y feminismos. A partir de entonces, surgieron diversas iniciativas como seminarios vinculados al comité, Escuelas de Verano y talleres de la AUGM que articula junto al Núcleo Feminismos y Economía Solidaria del Área Estudios Cooperativos y Economía Solidaria del Servicio Central de Extensión y Actividades en el Medio de la Universidad de la República.
La presencia de Mendes se concretó en el marco del programa ESCALA Docente de la AUGM, con el objetivo de compartir e intercambiar alguna de las iniciativas llevadas adelante por los colectivos de participación e investigación feministas.
La pana como manual y herramienta
Entre las iniciativas que Mendes lleva adelante, se desarrolló el proyecto “Tecnologías para otras formas de construcción: la experiencia constructiva de las mujeres en los movimientos populares” financiado por la Unión Europea en el marco de la convocatoria “Design and Gender en STEAM” en países de pequeña y mediana escala. El taller PANA reúne resultados del proyecto y se orienta a articular género, territorio y tecnología.
El proceso de investigación implicó el involucramiento de mujeres de tres comunidades junto a docentes y profesionales de diversas áreas vinculadas a cuatro universidades de Brasil. En el proyecto participaron arquitectas, ingenieras y diseñadoras provenientes de lugares contra hegemónicos que se reunieron en los territorios y en sus áreas de actuación.
“Lo que nos caracterizaba a todas era el entrelazamiento feminista ocupado de pensar qué es la tecnología y cómo nos la planteábamos desde la lucha popular y el protagonismo de lo femenino”, señaló. El diseño del proyecto buscó elaborar un manual donde estuvieran sistematizados los procesos y tecnologías desarrolladas históricamente por mujeres y que no se asimilan como tales. “Eso no se ve, no se lee, no se entiende como tecnología”, dijo.
La primera etapa del proceso implicó la aproximación al territorio, es decir, el conocimiento entre las distintas partes y comunidades. Luego, se realizó el diagnóstico participativo con una metodología de “cartografía” y, por último, el diseño. Cabe destacar que la idea inicial atravesó modificaciones y reinvenciones a lo largo del proceso, marcado desde sus inicios por la llegada de la pandemia. La intención era, a través de la cartografía, desarrollar tres diagnósticos distintos de territorio, género y tecnología. Finalmente, se trabajó en un mismo “mecanismo” desde el cual se integraron todas las áreas.
La dinámica implicó que las personas participantes desarrollaran un dibujo del territorio con los distintos recorridos, incluyendo todos los recursos y servicios disponibles. En base a esas imágenes se elaboraron pictogramas que dispusieron en mapas y permitieron visibilizar una mirada individual y colectiva de cómo se relacionaban con el territorio. En este proceso quedaron en evidencia las distintas tecnologías y recursos que fueron necesarios para que esos trayectos fueran posibles. Estos pictogramas, que inicialmente serían sistematizados en un manual, fueron finalmente plasmados en una “pana”, un trozo de paño o tela de algodón con diseños ―generalmente nombrada con el término masculino “pano” , pero que desde los grupos de mujeres participantes del proyecto renombraron en femenino, “pana”―.
La pana, además de su utilización como prenda de vestir, puede ser empleada como herramienta de transporte o cuidados. Esta “tecnología” se resignifica y reutiliza de diferentes maneras en función de las particularidades de cada una de las comunidades y su tipo de actividad. La pana puede ser a la vez un rebozo, un repositorio para el transporte de elementos, un amarre o una cofia, entre otra multiplicidad de usos.
El trabajo invita a reflexionar sobre lo que consideramos tecnología, especialmente la primitiva, en general asociada a elementos utilizados por el hombre mediante el uso de la fuerza. Sin embargo, la pana se presenta como uno de los primeros y más sencillos elementos de uso cotidiano. “Nuestro imaginario está profundamente marcado por una noción de lo tecnológico que va vinculada a la imagen de violencia, poder, destrucción y dominación”, señaló. “Todo eso va relacionado a cómo históricamente se construyó la noción de masculinidad”.
En el diseño, se grafican tres árboles que representan a cada una de las comunidades participantes: el colectivo de mujeres de economía solidaria y agroecología de la favela carioca Cerro de la Misericórdia, la comunidad de pescadores de Porto das Pedras en Alagoas y la comunidad “Quilombola” de Santa Rosa dos Pretos en Maranhão.
Mendes relató como la pana, además de representar un determinado tipo de tecnología, también se constituyó como medio de sistematización de información del proyecto, aportando en sí misma un nuevo uso. En lugar de plasmar el proceso de análisis e investigación y sus resultados en un texto académico “clásico”, se elaboró un diseño gráfico que se plasmó en una pana confeccionada en conjunto entre las mujeres de las tres comunidades participantes. En definitiva, la pana funciona como manual y herramienta.
El diseño, además de registrar los distintos usos que se le da a la pana en diversas comunidades, también recoge diversas tecnologías que son utilizadas en dichos grupos: las conservas de vinagre y sal elaboradas por los “quilombos” de Maranhao, utilizados históricamente como alimentos en situaciones de resistencias en luchas antiesclavistas locales, los ungüentos para curar heridas en las favelas de Río de Janeiro o los “Mata-fome” (mata hambre), hechos a partir de semillas por los pesqueros de Alagoas y que se utilizan tanto para saciar el hambre como para carnada de peces y mariscos.
Para Mendes es importante reflexionar en cómo producimos conocimiento desde la universidad. “Es muy común que haya una mirada hacia la extensión como un proceso que no se involucra exactamente con producir conocimiento, sino como una acción de la universidad fuera de sus muros”, señaló. “La pana es un conocimiento que se ha producido en este proceso extensionista”, destacó. “La idea de que tendríamos un manual y cómo eso se convirtió en una reflexión acerca de qué es tecnología y cómo la producimos, genera una posibilidad de cambiar el imaginario. Eso solo ha sido posible porque ha habido una perspectiva de generar conocimiento en estos encuentros”, concluyó.
La experiencia brasileña
Respecto a los programas de extensión en las universidades de Brasil, Bruna Mendes comentó que “como en muchos otros países de Latinoamérica, la extensión es como «la pata floja» de la universidad” y “existe una disputa muy fuerte sobre qué es extensión”. Esto conlleva un debate sobre qué perspectivas de extensión se fortalecen y fomentan. “Una extensión articulada y vinculada a la lucha popular no es la que tiene fuerza en el histórico de Brasil”, señaló.
Sin embargo, Bruna destacó los cambios recientes en la legislación universitaria brasileña, que fomentan la curricularización de la extensión en la trayectoria académica de grado. Este proceso, que inició hace dos años, impulsa que las universidades brasileñas exijan un mínimo de 10% de actividades de extensión. Esto inició un debate acerca de los cometidos y alcances de la extensión universitaria.
“En la UF-ABC el camino principal que se encontró, y que muchos hicieron, fue que cambiaron asignaturas, hacia lo que llaman asignaturas extensionistas̕. Por ejemplo, el año pasado ofertamos una materia en género extensionista. ¿Cuál era la idea? Que una parte del tiempo del cursado de la asignatura debe ser en acciones de extensión”, afirmó. Esta medida complementa a los proyectos extensionistas en curso y permite a las y los estudiantes participar de actividades de esta área dentro de sus horarios curriculares.
Respecto al diálogo entre extensión y feminismos, Bruna destacó el trabajo surgido desde el Núcleo de Estudios de Género Esperança García, que vincula a docentes, técnicas, técnicos de la universidad y estudiantes. “El núcleo tiene acciones, y se desempeña en términos de investigación, enseñanza y también de extensión e intervención. Porque también tenemos una intervención política en la gestión universitaria en estos temas de género”, señaló.
“Uno de los primeros proyectos de extensión ha sido un mapeo de cuáles son los movimientos (feministas) y qué vínculos existían. En este tiempo distintas profesoras fueron tejiendo vínculos, pero lo que hicimos fue un primer proyecto que era entender cuáles son y sobre todo entenderlos. Más que entenderlos, era articular, sostener, crear posibilidades”, destacó.
Para ello, Mendes resaltó la necesidad del financiamiento y apoyos gubernamentales para estas iniciativas. En los últimos años en Brasil fueron implementadas las cuotas para minorías étnicas y disidencias en los cupos de ingreso a la universidades que en Brasil aún están limitadas con pruebas de ingreso.