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Proyecto de Extensión: Movimiento Estudiantil de Participación Interdisciplinaria Rural

El Movimiento Estudiantil de Participación Interdisciplinaria Rural (Mepir) fue presentado y aprobado en la Convocatoria a Proyectos Estudiantiles de Extensión Universitaria 2021-2022 y ahora se encuentra en ejecución. Fue impulsado por la Asociación de Estudiantes de Veterinaria (AeV) y la Asociación de Estudiantes de Agronomía (AeA). Asimismo, participan estudiantes de otros servicios universitarios (Facultad de Medicina, Facultad de Ciencias Sociales, Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Facultad de Psicología). Mepir surgió a partir del proyecto «Pasantías Extensionistas», realizado en 2018 – 2019 en el marco del programa Proyectos Estudiantiles de Extensión Universitaria (PEEU).

El colectivo tiene como principal objetivo el trabajo en territorio, concretamente con la Unidad Cooperaria No.1 en Cololó, Soriano y con productores familiares del norte de Rocha. Compartimos informe de Tomas Olivera, quien forma parte del Mepir.


El mundo no se cambia en un día, ni lo cambia nadie solo; y mucho menos pueden venir a cambiarlo de afuera, eso en la Cooperaria de Cololó lo saben bien. Y cuando llegamos, un montón de estudiantes de diferentes palos que conocían tan poco del espacio como del resto del grupo, era algo que no se podía pasar por alto. ¿Qué podíamos hacer? Por supuesto, el proyecto del Mepir lo contemplaba. Es, después de todo, un proyecto de extensión.

Si estás en la UdelaR, es una palabra que seguro oíste más de una vez; es uno de esos tradicionales “tres fines” de la Universidad, junto con enseñanza e investigación. Sin conocer demasiado, probablemente puedas decir algo sobre cómo la extensión es el contacto de la Universidad con ‘el medio’ o ‘la sociedad’. Pero, ¿cómo hacer eso? Porque el primer camino que a los universitarios (y eran, en principio, sobre todo hombres) les pareció intuitivo, fue el de “desembarcar” en esa ‘sociedad’, mandar iluminados a que resuelvan problemas para el resto del pueblo ignorante; incluso con la mejor intención, este camino, como era de esperarse, no tardó mucho en darse de cara contra la realidad. Aun cuando el saber específico universitario tiene algo que hacer, ni lo hace todo, ni puede funcionar aislado y nunca los libros tienen soluciones mágicas para gente que está metida de lleno en los problemas y los conocen mucho más a fondo. Un ‘desembarco’ tendrá incontables problemas prácticos: se priva de los saberes del colectivo al que pretende aportar, usa sus recursos de formas ingenuas y poco eficaces, y muchas veces opera desde premisas erróneas, inventando y resolviendo problemas que poco tienen que ver con necesidades reales. Por supuesto, el problema fundamental es humano: ¿queremos, como institución, desmarcar como élite o construir como iguales esa misma sociedad que integramos? Un discurso abierto e inclusivo no significa nada si no lo respaldan actos y políticas consecuentes.

Entonces, la extensión se construye desde el diálogo y a partir de las necesidades de la sociedad. Surge, en seguida, otro problema: ¿qué podemos aportar, como estudiantes de grado, a personas con años de experiencia en el medio? La respuesta debería ser obvia: se aprende estando, viendo y conversando. Esto mismo sentíamos todes en algún nivel cuando nos subimos en las camionetas de Rober y el Profe, en pleno centro de Montevideo.

Podría esperarse que la mayoría viniéramos de Agronomía y Veterinaria, y por supuesto ambas carreras estuvieron bien representadas, pero no fueron las únicas: Arquitectura, Psicología, Historia, Trabajo Social. Con la bienvenida diversidad surgen también nuevas dudas: ¿qué puedo traer yo, además de la comida para la cena compartida?¿Cómo podemos funcionar como equipo, complementarnos?¿Cómo lograr esa ansiada interdisciplinariedad?

Como no podía ser de otra forma, fue la Cooperaria la que se encargó de sacarnos los miedos. Conocer fue una especie de trenza: fuimos sabiendo de nosotres, amigándonos, y a la misma vez, con diferentes habitantes de Cololó. Fue en ese proceso que también tuvimos un primer acercamiento a la Cooperaria como espacio productivo, hábitat e institución. Algunas líneas a nivel más fáctico: la Unidad Cooperaria N°1 se formó en el ‘53, pero no fue hasta 1959 que se instalaron en campos del Instituto Nacional de Colonización. Su núcleo productivo viene siendo la producción lechera, pero desde siempre se complementó con trabajo agrícola. En Cololó se encuentra también una cooperativa de vivienda, una de producción agroecológica, un grupo de turismo, una escuela rural… En 2000 hectáreas caben muchas cosas. En un fin de semana conocimos más bien poco, pero alcanzamos a hacernos íntimes con el salón comunal, meter mano en la cocina y en el tambo, y visitar las guacheras, además de las recorridas por partes del campo, con o sin propósito fijo.

Las guacheras eran uno de los objetivos declarados de la cooperativa. Engloba muy bien al proyecto general: inmediatamente surgió el vínculo entre las ciencias agrarias y la arquitectura, pero no era cuestión de simplemente proponer un modelo (de los que la Cooperaria tiene muchos). Como parte de un sistema, la cría y cuidado de terneros afecta a varios otros procesos de forma más o menos directa, y todo el ciclo productivo implica que muchos de estos efectos solo se hacen sentir meses o años después. A su vez, la estructura tiene que contemplar más que solo cifras, factores como la faceta turística de Cololó y la tenencia ética de los animales también juegan un rol. Además, todo el proceso queda permeado por la política de la cooperativa, sus prioridades, urgencias, recursos y, al mismo tiempo, por los ciclos naturales tanto biológicos como climáticos. Ninguna solución puede ser sencilla, o no sería problema en primer lugar, pero, por otra parte, esta naturaleza ‘orgánica’ de los problemas reales (en contraposición con los teóricos) hace que todo posible abordaje tenga que ser igualmente integral, o descartarse muy rápidamente. La vida misma, las preguntas que nos hacemos, ya son interdisciplinarias; responderlas es una cuestión de cómo implementar esa interdisciplinariedad. En eso, para esta y para futuras preguntas, estamos trabajando.

No se es justo con la experiencia si quedara pintada como tres jornadas enteras de trabajo de sol a sol: nos da demasiado crédito, pero también olvida esas cosas maravillosas que son desayunar los productos de la casa después de un ordeñe, salir a caminar y respirar el aire de campo, improvisar un campeonato de truco, mirar a última hora cómo se apaga el fuego del comunal. Tampoco tiene que pensarse que es una cuestión de pocos días al año; aunque cambie el trabajo, el proyecto conlleva un compromiso igual de vigente desde Montevideo, con estudio, reuniones, coordinación, planificación… en una palabra, constancia. Ningún problema deja de serlo por no tenerlo enfrente y pretender lo contrario, es un privilegio que nuestres compañeres de la Cooperaria no tienen. Por si quedaba duda, además de un deber, ser parte de este trabajo es un gusto y esa es la pieza de la extensión que es difícil que te haga llegar un folleto informativo. Extensión es, sobre todo, poder realmente vivir tu carrera en su máxima expresión, activa, comprometida y solidaria.

¿Qué podíamos hacer? Ahora, tenemos alguna idea. Volvemos a Cololó en agosto como un grupo más definido y mejor preparado y lo haremos varias veces más este año. Se va con proyecciones y expectativas. Allá seguro nos esperen con otras tantas, pero, como todo en la vida, no podemos sino adivinar a dónde nos lleva este hermoso camino. Eso lo descubriremos caminando.

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